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Por Ramón Elejalde Arbeláez

El mundo debate con ardentía si en la República Bolivariana de Venezuela existe o no democracia, tema espinoso y difícil de  dilucidar: Veamos.

Para que exista democracia real se requiere más que el voto universal y su ejercicio libre por los ciudadanos para elegir sus gobernantes y representantes en las corporaciones públicas. Es necesaria además, la existencia de un parlamento deliberante con poder para legislar y cumplir las demás funciones que la constitución le encomiende. Todo indica que en la República hermana se cumple este requisito.

Debe existir también un estatuto de la oposición que garantice a quienes la ejercen un ambiente propicio para estudiar, evaluar y difundir la marcha del gobierno al cual se oponen y sus propias propuestas para cuando puedan obtener el poder. Aquí comienzan las dificultades para la democracia de papel que se ha venido instalando en el vecino país.

Asimismo es indispensable una prensa libre y desafortunadamente en Venezuela todos los días hay menos medios de comunicación capaces de ejercer esa vital labor democrática. Las restricciones del gobierno a la compra de papel para los periódicos impresos es cada día mayor y evidentemente la continua salida de estos medios de su circulación normal es muestra de este atentado a la democracia venezolana. También se han perseguido muchas veces los medios televisivos y radiales por su condición de opositores al régimen imperante. Es pues la falta de prensa libre  otra sombra sobre la democracia que nuestros vecinos muestran con desafiante orgullo.

Finalmente, los tratadistas del Estado concuerdan en afirmar que otro requisito para que exista democracia es la oportunidad garantizada por la ley, de que exista verdadera alternación en el poder. Esta es una falencia  no solo de nuestros vecinos, sino que peligrosamente se va extendiendo por toda América Latina con el embeleco de nuestros gobernantes de perpetuarse en el poder mediante las reelecciones indefinidas. El ejercicio perpetuo del poder, facilitado por un presidencialismo fuerte, generosos presupuestos para repartir prebendas, más cupos burocráticos para satisfacer las apetencias de políticos y votantes, están dando al traste con la separación de poderes y de funciones, pilar fundamental de nuestras democracias, al tiempo que las están debilitando más y más.

En América Latina seguramente existen reelecciones que por excepción se han soportado en el éxito del gobierno y allí citaría los ejemplos de Rafael Correa en el Ecuador y de Evo Morales en Bolivia, gobernantes que han trascendido los gobiernos comunes y corrientes que esas naciones han tenido.

Peligrosamente languidece la democracia en Venezuela, pero muchos de los vecinos de América Latina también parecen recorrer el mismo camino, por el atajo de las reelecciones presidenciales sin fin.

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