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Por Ramón Elejalde Arbeláez

Este género musical ingresó a la América por Colombia, Panamá y Venezuela y al Ecuador lo llevaron los ejércitos libertadores de principios del Siglo XIX, como un aire alegre, que éstos lo convirtieron en un ritmo lento y lleno de melancolía y de tristeza, seguramente con el influjo del tango que llegaba del sur del Continente y del Sanjuanito, muy propio y característico de este país.  Hoy es escuchado con deleite por nuevas y viejas generaciones de los Estados citados, pero, también de Nicaragua, Salvador, México, Cuba, Costa Rica y Perú.

Nuestros vecinos del sur lo aprenden, lo disfrutan, le cambian el ritmo por uno más cadencioso y lo adoptan. Además, lo llenan de nostalgia y lo convierten, por allá de 1877 en adelante, como su música emblemática, en uno de los símbolos de su nacionalidad. Alrededor de este aprovechamiento surgen compositores e intérpretes que lo inculcan, con devoción, dentro de su población y lo reexportan, ya reinventado, a los países de América Latina que hoy lo escuchan y respetan como la música que les gustó a los mayores.

El pasillo es una derivación del vals europeo que la burguesía criolla de la Nueva Granada y Venezuela bailaban a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, traído de la Europa donde esa aristocracia se había educado. “En esas veladas irrumpió el pasillo con un ritmo más acelerado que el tradicional vals europeo, lo cual obligaba a los danzarines a ejecutar pasitos cortos, pasillos, como decían en aquel entonces, de allí el origen del nombre”, afirma la web Música Latina. En otras palabras pasillo es un diminutivo de paso.

En Colombia se interpretan hoy dos géneros de pasillos diametralmente opuestos. El uno es el lento, cargado de tristezas y añoranzas, que los ecuatorianos han inmortalizado y muy propio para serenatas de enamorados, del cual nos ocuparemos en este escrito. El otro es un pasillo fiestero, alegre, con letras cargadas de una fina picaresca campesina, que aún se baila en la región andina, especialmente en Cundinamarca, Boyacá, Huila, Tolima, Antioquia, Risaralda y Quindío. Este último género se presta mucho para las interpretaciones instrumentales, tan gustosas para los buenos oídos. Típico ejemplo de este último género son La gata golosa, compuesta por el músico tolimense Fulgencio García (1880-1945); Cachipay de Emilio Murillo, compositor boyacense (1880-1946) y On tabas de Emilio Sierra, fusagasugueño (1891-1957).

En sus inicios el pasillo se interpretaba únicamente con instrumentos: “y su ejecución se basaba en los tres instrumentos básicos de la música andina: bandola, tiple y guitarra, a veces complementados con violín. Posteriormente aparece el pasillo vocal que incluye letras de gran contenido poético e incluso son poemas musicalizados como el caso del conocido Mis flores negras poema del colombiano Julio Flórez cuya versión musicalizada se atribuye al mismo poeta o entre otros al ecuatoriano Carlos Amable Ortiz”, al decir de la página web achiras.net.

El escritor Jorge Núñez Sánchez, miembro de la Academia Nacional de Historia y de La Casa de la Cultura ecuatoriana, afirmó en la Revista Pacarina del Sur que “Las canciones populares no solo evocan sentimientos y emociones, sino que también registran experiencias históricas, fenómenos sociales y recuerdos generacionales. […] En el caso ecuatoriano, el género musical conocido como pasillo, estrechamente vinculado al pasillo colombiano así como al vals venezolano y al vals peruano, se constituyó en un formidable repositorio de las penas y las angustias de las sucesivas olas migratorias, tanto internas como hacia otros países del mundo”.

 

 

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