La llegada a la presidencia de Colombia de Gustavo Petro hace dos años, fue recibida como un viento fresco para la democracia. Sectores de la izquierda y del centro, miraron con optimismo y alegría ese cambio ideológico en el manejo del Estado. Obvio, en la derecha recalcitrante existió piquiña y desazón. La corrupción, los falsos positivos, la violación permanente de los derechos humanos, el desempleo, la desigualdad social, la pobreza y un largo etc. cansaron a las gentes que buscaron una opción distinta y por eso confiaron los destinos de la patria en otra opción, por primera vez en la historia de Colombia. Hoy, luego de dos años de mandato del presidente Gustavo Petro, parece que el desengaño se apodera de algunos sectores que creyeron en esa opción renovadora, nueva y distinta, a la que venía al mando del timón del Estado.
Las voces de desesperanza son cada día más y pareciera que la inconformidad con el gobierno Petro se acrecienta como un sunami que amenaza a futuro con el proyecto de la izquierda democrática. Primero se comenzaron a bajar del bus los oportunistas que siempre buscan acomodo en todos los gobiernos, luego fueron los centristas y ahora se comienzan a ver deserciones de la izquierda más recalcitrante y ¡eso ya es preocupante para el Gobierno! Esas voces inconformes de los más fieles y antiguos petristas, que primero refunfuñan en privado, pero que ya comienzan a expresarlo en público, deben alertar a Petro y a su entorno más cercano. Son campanazos preocupantes de alerta de cara a los certámenes electorales que se avecinan. No puede ser la excomunión, ni el rechazo la respuesta a estas expresiones. En política se suma y no se resta y hace meses el Pacto Histórico y sus aliados vienen restando ¡y de qué manera!(Ejemplo de mi dicho: Felipe A. Priast, columnista).
A Gustavo Petro hay que abonarle su lucha contra la pobreza y la desigualdad. Su deseo de realizar una reforma agraria pacífica, entregándole tierra a los campesinos, para recuperar al campo como productor de comida; el combate al narcotráfico es otro punto favorable al Gobierno, los decomisos de estupefacientes son históricos y no se pueden negar; su presencia en el escenario internacional es seria y ponderada; la reducción dramática de la deforestación.
Las nubes tormentosas de su ejercicio gubernamental son imperdonables: la corrupción a todos los niveles, tira por tierra todas las expectativas favorables que del ejercicio de su mandato se tenían. Desfalcos grandísimos que nadie vio, nombramientos inexplicables, renombramientos imperdonables, conmiseraciones dudosas, permanencias injustificadas en altas dignidades del Estado. El discurso es brillante, la realidad es pálida. Dice mucho, hace poco. Todo eso hace ver sus incumplimientos permanentes como un pecado venial, que es perdonable.
Le quedan al presidente Gustavo Petro dos años para enmendar la plana y hacer un buen Gobierno. Tiene el conocimiento y la inteligencia para así proceder, pero debe liberarse de tanta alimaña y de tanto prejuicio. Debe acudir más al sentido común, que también lo tiene.