La reelección presidencial indefinida, en sistemas de gobierno presidencialistas, rompen el equilibrio y la separación de poderes. La separación de poderes es uno de los pilares fundamentales de la democracia y del constitucionalismo. Romperla implica sencilla y llanamente caer en la dictadura. Entre nosotros, en Colombia, las fuerzas progresistas y respetuosas de la democracia, nos opusimos con vehemencia a la implantación de la reelección presidencial por una sola ocasión, como lo propuso el “uribismo” y que fue aprobada por Acto Legislativo del año 2005, lo que le permitió al doctor Álvaro Uribe su segundo mandato entre 2006 y 2010.
Esa oposición a la reelección presidencia fue aun más fuerte cuando se discutió y aprobó la Ley 1354/2009 que convocó a un referendo constitucional para permitir una tercera reelección de Uribe Vélez. En momentos que el país se encontraba fraccionado y con una oposición cerrera a la tercera reelección, la Corte Constitucional por una mayoría de siete votos contra dos declaró inexequible por vicios de procedimiento y de fondo, esa convocatoria y expresó que ello “implicaba graves violaciones de los principios democráticos” y que esta nueva reelección violaba principios como la separación de poderes, la igualdad, la alternancia democrática y el sistema de pesos y contrapesos establecidos en la Constitución de 1991.
No puede ser posible ahora, que esos argumentos que antaño defendíamos con ahínco y ardentía en defensa del equilibrio de poderes y de la existencia de pesos y contrapesos en Colombia, se nos olviden en la realidad venezolana. No puede ser que esas razones sean válidas para aplicarlas a la reelección de Uribe Vélez, pero no lo sean para la reelección de Nicolás Maduro. Allá y acá son principios sólidos y válidos que un demócrata debe abrazar sin miramientos ideológicos.
Con Maduro desaparecieron los pesos y contrapesos en Venezuela, tampoco existe la posibilidad de alternancia en el poder, que es otro requisito para que pueda existir democracia, amén del menoscabo grave a la libertad de prensa existente en el vecino país. Esos son tres argumentos válidos para considerar que lo existente en el vecindario es una dictadura, que ha expulsado a millones de sus connacionales a errar por el mundo, con todas las secuelas de hambre, miseria y desarraigo que eso implica.
Ahora bien, la prudente actitud del presidente Gustavo Petro frente a los resultados electorales venezolanos deben ser entendidos. Tenemos una frontera de más de dos mil doscientos kilómetros, muy activa entre los dos pueblos, con un comercio que beneficia a pobladores de ambos lados. Una actitud belicosa, como vimos antaño, les traería a esos pueblos fronterizos pobreza y desamparo. La diplomacia es eso y se debe ejercitar con gran altura y sabiduría para beneficio de ambos pueblos. Las voces calenturientas quieren es anarquía y caos y creo sinceramente que la situación amerita un tratamiento discreto, respetuoso y prudente, que además le permita al presidente Petro jugar un papel importante en la paz de Venezuela.