Por: Ramón Elejalde Arbeláez
No me cabe la menor duda de que los acuerdos iniciales suscritos por el Gobierno y las Farc, que fueron derrotados por el pueblo en el acto plebiscitario del pasado dos de octubre, fueron reformados de manera sustancial y estamos frente a una realidad distinta en muchos campos y ligeramente reformada en otros. Al representante a la Cámara por el Centro Democrático, doctor Santiago Valencia González, le escuché decir recientemente que “sería necio desconocer que hay asuntos distintos en el nuevo acuerdo”. Lamentablemente entre nosotros hay sectores que nada los satisface y ya escuchamos voces discordantes y un reagrupamiento de los sectores que apoyaron el NO en las elecciones del pasado octubre, para oponerse a la nueva propuesta. ¡Tanta insensatez junta! ¡Tanto ánimo de impedir la paz!
Los episodios sucedidos desde los resultados del plebiscito nos tienen que dejar en claro algo, que por tozudos en las tesis que defendamos, no nos pueden obnubilar para ver con claridad lo que así es: Las Farc tienen voluntad y decisión de paz. Aceptaron con resignación inusual en ellos, los resultados de las urnas. No se les escuchó una amenaza de regresar a la guerra. La sociedad colombiana y especialmente los impulsores del NO tienen que valorar en grado sumo esta actitud positiva. Es triste sobremanera que al otro lado, del lado de la institucionalidad, persistan voces apasionadas que quieren impedir la culminación feliz de este proceso de paz. Las pasiones políticas, los odios acumulados, las frustraciones vividas, los engaños y traiciones recibidas, no nos pueden cegar hasta impedirnos ver que existe verdadera intención del grupo guerrillero más grande y perturbador que ha tenido nuestra historia, de ingresar a la civilidad.
Nada justifica posiciones tan cerreras, incluso la de servíctima directa de las Farc. Mi lamentable situación de víctima no me puede llevar a impedir la reconciliación. Es necesario deponer sentimientos de venganza para atajar que tengamos nuevas e interminables víctimas de una guerra,que no tiene sentido ni razón de ser en este siglo XXI.
No puede ser que un grupo de colombianos crean que lo mejor es seguir viviendo en el lodazal que lo veníamos haciendo. Los campos abandonados, nuestros campesinos engrosando cinturones de miseria en las grandes ciudades y en los campos poca producción de comida y abundante de drogas ilícitas y una guerra entre ilegales de izquierda y ejércitos privados de algunos poderosos que quieren apoderarse de la tierra. Todo esto sucede mientras por otro lado, los mismos confrontados usufructúan abrazados los cultivos ilícitos, algunas veces tolerados por las mismas autoridades. Dicho de otra manera, mientras disputan por la tierra bandas criminales y guerrilleros, hacen las paces para beneficiarse de la coca.
Un llamado a nuestra clase dirigente para que piense en Colombia, en su gente y en su futuro y no siga pensando en las próximas elecciones o en las pequeñas venganzas o en sus torpes odios. Más grandeza reclama la patria