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Por Ramón Elejalde Arbeláez

Indudablemente que las redes sociales conmocionaron la opinión pública a finales del año pasado cuando distribuyeron profusamente fotos y videos donde se podían apreciar grupos guerrilleros bailando y celebrando la Navidad con algunos observadores de las Naciones Unidas para el proceso de paz. El escándalo no se hizo esperar: para algunos se trataba de una afrenta a la sociedad y una violación flagrante y ostensible de los funcionarios de la ONU a su misión observadora e imparcial. Para otros no pasó de ser una celebración anodina donde unos y otros hicieron una pausa para disfrutar un día que generalmente debe ser de alegría y reconciliación. Esa reacción tan diametralmente opuesta es el reflejo fiel de la polarización que vive Colombia y de las posiciones que radicalmente tienen formada los amigos del proceso de paz y sus contrarios.

Personalmente creo que se trató de un acto que si bien no debió suceder por el respeto que los funcionarios de la ONU tienen que observar en el cumplimiento de su función, tampoco era la gravísima trasgresión que mereciera el escándalo que se hizo y que aún muestra sus reflejos. No dejan de tener razón quienes creen que es mejor ver a los integrantes de la Farc dedicados a bailar que a sembrar de terror en los campos colombianos o a quienes afirman que el baile es una demostración de que el proceso de paz va por muy buen camino.

No estará exento de dificultades el camino que transitaremos en la etapa del postacuerdo. Seguramente será bien difícil acomodar a la vida en sociedad un grupo que llevaba muchísimos años internado en la zona rural, con unos patrones, unas directrices y una cultura completamente distinta a la de las personas que estaban dentro de la institucionalidad; pero también contaremos con numerosas dificultades para que muchos de quienes estábamos de este lado acepten que más de siete mil colombianos se reintegran a nuestra comunidad y dejan las armas y la violencia, como herramienta de lucha. La polarización que vivimos dificultará mucho el vencimiento de estos naturales obstáculos.

También estoy seguro de que con los días, con la contundencia de los hechos tales como la entrega de armas, la devolución de los menores combatientes y la reinserción de la guerrilla a la vida en sociedad, las dos tendencias irán aflojando sus radicales posiciones y aceptando que lo logrado es infinitamente superior que lo que antes vivíamos. Los hechos van siendo tozudos. Los difusores del discurso guerrerista se irán quedando sin argumentos y Colombia habrá ganado la paz que tanto añora el común.

De otra parte es bueno que tanto el Gobierno como las Farc escuchen las observaciones que hacen desde la oposición y separen lo que es simplemente “gadejo” (ganas de joder) y lo que son observaciones atinadas, que a veces se escuchan. También existen opiniones serias, ponderadas y en favor del proceso que deben ser atendidas. La soberbia es mala consejera y este es un proceso complejo que debe estarse autoevaluando por las partes (Gobierno-Farc) con alguna periodicidad, para no terminar mal.

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