La posibilidad de que tres expresidentes de la Corte Suprema de Justicia estén involucrados en una trama para amañar fallos a cambio de dinero, tiene conmocionado el país por las implicaciones que tendría la noticia, de resultar cierta. La Corte Suprema, la que toda la ciudadanía ha visto como la abanderada contra la corrupción y el delito, es de los últimos bastiones de credibilidad en las instituciones colombianas. Sería terrible para nuestra democracia que la información resultare cierta.
Esa Corte fue la que le dijo basta al matrimonio narcotráfico y política y a través del llamado proceso ocho mil fueron numerosos los dirigentes políticos que recibieron sanciones. Esa ha sido la Corte que ha castigado, para ejemplarizar, las relaciones entre políticos y paramilitares. Ha sido terriblemente drástica, digamos, exageradamente drástica en combatir estas desviaciones de la dirigencia nacional. Resulta pues devastador para un pueblo desesperanzado, observar cómo le hacen semejante imputación a quienes fueron integrantes de la institución que todos considerábamos a salvo.
Tengo la absoluta convicción, de ser cierta la acusación en comento, que fue apenas el pecado gravísimo de unas pocas ovejas descarriadas y no la constante en tan respetable institución. Las calidades profesionales y personales de quienes llegan a esas instancias son absolutamente reconocidas.
Todos los colombianos esperamos una investigación rápida, imparcial, seria y contundente que le permita a la Justicia llegar a la realidad y extirpar el mal, si existe. Las pruebas aportadas por la Justicia norteamericana, que son las que han dado lugar a semejante escándalo, hacen presumir la seriedad de la denuncia, pero también puede ser que un par de pillos, en trance de conseguir dinero, inventaran historias para el márketing de sus fechorías. La justicia tiene la palabra y con cuánta avidez el pueblo colombiano espera respuestas serias y creíbles. No sea que le agreguemos una frustración más a las ya existentes.
De otra parte, seguir creyendo que todos los males de nuestra patria se solucionan con milagrosas reformas constitucionales es el peor yerro de nuestra clase dirigente. Vuelvo al maestro Valencia Villa en su obra “Cartas de batalla”, para decir que esos no son más que distractores que nada solucionan para que todo siga igual. Tampoco descarto la necesidad de algunas correcciones a la norma constitucional que no ameritan rimbombantes asambleas constituyentes como se pretende. Es imperativo quitarles a las cortes su función electoral, que está politizando su actividad. Es necesario quitarle a la Comisión de Acusaciones de la H. Cámara la función de investigar a los altos dignatarios, salvo al presidente de la República, por su proverbial incapacidad para cumplir esa misión, los congresistas no tienen por qué cumplir esa función judicial, no están preparados para eso.
Finalmente, ¡Qué la verdad resplandezca!