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Participantes en el Activo de Jóvenes Campesinos, pertenecientes a diferentes unidades productivas del municipio de Jimaguayú, en Camagüey, el 28 de marzo de 2017. ACN FOTO/ Rodolfo BLANCO CUÉ/sdl

Jaime Durango es un educador esforzado, ingenuo, luchador, de origen humilde, que con mucho sacrificio personal y de su familia logró culminar los estudios pedagógicos en una escuela normal de Antioquia. Como maestro se consagró a servir en escuelas rurales y urbanas de Antioquia. Hoy goza de su pensión y seguramente disfruta de sus nietos, quizás bisnietos.
Cursó la escuela primaria en su vereda, de donde salió buscando horizontes para su formación. En el IDEM del pueblo, nuestro hombre dio con una caterva de vivos y gozetas que se aprovechaban el candor de Jaime para divertirse con las burlas a sus ingenuas respuestas. Son muchas las anécdotas que hicieron época entre sus compañeros y profesores:
Jaime estudiaba como interno. Una noche sus compañeros de dormitorio arrasaron las alacenas y comedores, acosados por el apetito voraz de jóvenes en crecimiento. El asalto fue veloz, silencioso y eficaz. El único que no participó fue nuestro héroe que tampoco despertó de su pesado sueño. Saciada el hambre feroz, los “malosos” reunieron las sobras de comida y las depositaron alrededor de los aposentos de Durango, con los resultados que esperaban. Al día siguiente, los profesores fueron advertidos por las empleadas domésticas del asalto a las provisiones y montaron un operativo para descubrir los culpables. Obvio, el único señalado fue Jaime Durango a quien tuvieron que despertar de su sueño de inocente para que barriera los residuos de comida al lado de su cama.
Otro día, tal vez para demostrar que no era el hazmerreir que pensaban sus compañeros, Jaime visitó la despensa solo y sin decirle a nadie. Naturalmente, el establecimiento educativo había tomado previsiones para que no se volvieran a perder las provisiones y habían ubicado el dormitorio de las empleadas domésticas al lado de las viandas para que pudieran vigilarlas de cerca. Jaime creía que su proeza tendría éxito. Flanqueó el dormitorio de las empleadas y comenzó a buscar comida en los anaqueles. Cualquier movimiento torpe lo delató y el ruido produjo la alarma entre las del servicio que prestas saltaron a buscar al intruso. Varias veces indagaron en voz alta, “¿Quién está por allí? ¿Quién se entró a la alacena?” Silencio total. Jaime, como pudo, se resguardó debajo de una mesa del comedor. Las funcionarias no se dieron por vencidas y fueron hasta el lugar, y cuando Jaime vio inminente que lo iban a descubrir y ante una nueva pregunta de “¿Quién está por allí?” respondió entre dientes con voz de angustia: “Los ratones, los ratones”.
En otra ocasión, Jaime escuchó una disertación de uno de sus compañeros del curso, quien afirmaba que los más inteligentes del colegio tenían entradas en la frente y la cabeza un poco despoblada. Jaime cogió una máquina de afeitar y se trasquiló con manos torpes dos grandes entradas en su frente.
Como educador, formado a punta de sacrificio y dificultades, Jaime obtuvo varios reconocimientos de la Secretaría de Educación y del Departamento de Antioquia. Su ingenuidad inicial se convirtió en armadura para una vida de noble y exitoso servicio a la comunidad.

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