Por: Ramón Elejalde Arbeláez
Se reunió en Bogotá el pasado 26 de enero la Convención del partido Conservador con el objetivo de definir su apoyo al presidente Santos en su empeño reeleccionista o para decidir si escogía candidato propio. En una rebelión de las bases de esa colectividad, la opción de apoyar la reelección de Juan Manuel Santos naufragó, pese a los esfuerzos de la inmensa mayoría de los parlamentarios. Decir ahora que Uribe manejó la convención o que Pastrana y sus amigos fueron definitivos en el rumbo de la misma, es tratar de explicar y justificar un hecho político incontrovertible. Los parlamentarios y los interesados en que continuara el respaldo conservador a la Unidad Nacional, no son aprendices de la política ni bisoños manejadores de convenciones. Eran coroneles y generales con amplia experiencia en estas lides.
La anterior decisión ha tenido múltiples interpretaciones. Cada comentarista tiene la suya: Que Álvaro Uribe metió la mano; que Pastrana movió sus fichas; que los parlamentarios afectos al gobierno permitieron lo que pasó para cotizarse más ante el gobierno y mejorar su participación en la famosa mermelada; que Omar Yepes, presidente del Directorio Conservador armó el tinglado perfecto para producir esos efectos; que no se trataba de reales convencionistas sino de Uribistas camuflados, en fin, muchas y muchas historias creíbles unas, increíbles las otras. La verdad es que en un hecho inédito en el mundo político, los dirigentes políticos salieron derrotados (además rechiflados) por el pueblo conservador y escogida la candidatura de Martha Lucía Ramírez, a decir verdad, tan simple y plana como el inefable Oscar Ivan Zuluaga.
Desde estas columnas siempre hemos sostenido la tesis de que una democracia necesita partidos políticos fuertes, democratizados, con ideología propia y que sean verdaderas opción de poder. Siempre cuestionamos la actitud del conservatismo que pasó de ser protagonista de la historia de Colombia, a ser un partido escalera, por donde otros acceden al poder, renunciando así a su posibilidad legítima de ser alternativa para regir los destinos del país. Es indudable que un partido que voluntariamente se pone en condiciones de inferioridad, que no lucha por el poder, está condenado a desaparecer del panorama. Si el Partido Conservador verdaderamente se quiere reivindicar y recobrar su camino histórico, bienvenida por la democracia la decisión tomada. Si por el contrario, se trata de una jugarreta tramada desde otros sectores de la derecha o de la extrema derecha, el partido azul lo que está es agregándole una frustración más a sus militantes. Los demócratas reclamamos partidos políticos ciertamente haciendo su trabajo. Una lástima que el camino que hace tiempos emprendió el conservatismo y que hoy parece enmendar, apenas lo empieza a recorrer el partido Liberal al renunciar a tener un candidato propio en las próximas elecciones presidenciales y a ser verdadera opción de poder. Esos errores se pagan con el tiempo y pueda ser que el partido no comprenda tarde sus últimos errores históricos.
Ojalá la decisión conservadora sea un mea culpa y sostenga a su candidata hasta el final. Lo contrario sería el principio del fin para esa institución que ha sido puntal de la democracia colombiana.